Ensayo de prueba

Bienvenido, viajero digital, curioso del hiperespacio, o incauto que hizo clic sin querer. Esta es una entrada de prueba. Sí, así de poco glamoroso. No hay dragones aquí (por ahora), ni revelaciones literarias que transformarán tu vida, pero sí hay algo casi igual de mágico: la tentativa desesperada de un escritor por llenar este espacio web con palabras que no suenen como las instrucciones de una licuadora.

Déjame explicarte: estoy probando mi página. Eso significa que necesito contenido. Y como soy escritor, no puedo simplemente poner “Lorem ipsum dolor sit amet” como hacen los diseñadores gráficos con buen juicio {(soy diseñador gráfico, pero jamás he tenido buen juicio) ni he querido tenerlo}. No. Mi gremio me obliga, por contrato invisible y juramento tácito ante las valquirias, a escribir algo real. Un ensayo, dicen. Algo con voz. Algo con alma. Algo que me represente. Y aquí estoy. Con voz. Con alma. Con mate. Mucho mate.

¿Qué hace un ensayo un ensayo?

Gran pregunta. Un ensayo debe reflexionar, debe argumentar, debe invitar al lector a pensar y quizá, solo quizá, a decir «ah, qué interesante, nunca lo había visto así» mientras asiente levemente y se siente mejor persona. O eso dicen.

Este no es ese ensayo.

Este es un ensayo que se arrastra como un caracol en una pista de hielo, tratando de sonar profundo mientras lidia con el hecho de que su autor está escribiéndolo en crocs, cuestionando sus decisiones de vida sin mirar el contador de palabras como si fuera un reloj de arena que marca el fin de la civilización. ¿Tú miras ese contador? Es insoportable. Nunca me dio lo que yo quería. Aprendí a ignorarlo.

¿Por qué escribir una entrada de prueba?

Ah, el misterio. La intriga. La falta de contenido. (Sé que podría quitar ese «Ah», pero a veces funciona bien, aunque no sé si este sea el caso).

La verdad es que las páginas web, como las casas nuevas, se sienten vacías si no tienen algo que las habite. Algunos ponen plantas. Otros, muebles. Yo pongo palabras. Pero no cualquier palabra. No “hola mundo” como hacen los programadores (también se de eso, un poco, aunque no tanto, lo justo), ni “¡Bienvenidos!” con signos de exclamación festivos. (¡De eso no sé nada!) Yo necesito algo que se sienta vivo. Algo que parezca escrito por un ser humano y no por un robot sobrecualificado con acceso a una librería de sinónimos. Algo que diga: «Sí, esta página está habitada por alguien que piensa, que sueña, que escribe y que probablemente lleva tres días sin salir de casa». (Son muchos más).

Y por eso escribo esto. Para demostrar que esta web funciona. Que yo funciono. Y que, por encima de todo, el humor es una de las pocas cosas que no han variado su precio este año.

Reflexiones profundas disfrazadas de chistes

Escribir, lo descubrí hace ya tiempo, es una forma socialmente aceptada de hablar solo. Pero no solo solo. ¡Solo con estilo! Con estructura. Con comas dramáticas. Con adverbios sospechosamente elegantes. Es como organizar una fiesta en tu cabeza e invitar a los demás a entrar… siempre que se quiten los zapatos y respeten los signos de puntuación.

Este ensayo de prueba es, en cierto sentido, un homenaje al ensayo de prueba. Un tributo a todas esas primeras frases que nunca se publicaron. A los textos que nacieron solo para verificar si el diseño del sitio estaba alineado. A los párrafos que murieron para que otros pudieran brillar. Es un acto de resistencia literaria. Es decir: si esto es un ensayo de prueba, ¡imagina lo que haré cuando me lo tome en serio!

¿Y si alguien realmente lee esto?

Tú, lector improbable, lector valiente, lector que ha llegado hasta aquí (¿cómo lo hiciste?), mereces un premio. No te pases, hablo de un abrazo. O una metáfora brillante. Algo sencillo. Pero por ahora solo tengo esta pregunta: ¿por qué será que seguimos escribiendo, cuando no hay nadie leyendo?

La respuesta, sospecho, está en el placer absurdo de hacerlo. En el ritmo de las frases, en la cadencia de las ideas, en esa vocecilla interior que me dice «qué pavada» y otra más fuerte que responde «sí, pero ¡qué pavada!».

Cierre (porque hasta los absurdos necesitan estructura)

Esta entrada es una prueba. Un borrador con complejo de protagonista. Pero si algo he aprendido es que los textos más absurdos a veces nos muestran verdades insospechadas. Como que escribir por escribir también tiene sentido. Que la risa es una forma de crear comunidad. Y que los ensayos de prueba merecen su lugar en el panteón de las letras… aunque sea en una esquina, junto a los textos olvidados y los títulos que comienzan con «borrador final v33». (esto sí que lo odio. ¿Cuándo voy a cambiar? Que hábito horrible) .

Si llegaste hasta aquí, gracias por acompañarme. Gracias por hacerme sentir que este ensayo no fue un grito al vacío, sino un susurro cómplice entre dos personas que, por un momento, se encontraron en esta esquina del mundo virtual.

Y ahora sí, puedes volver a navegar por la web. O cebarte un mate. Yo estoy en eso.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *